Valle del Desierto
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Lo común es pensar en Chile en formato vertical o de norte a sur: seco arriba, Mediterráneo en el centro y templado abajo. Eso de la “larga y angosta faja de tierra” nos educó para hacerlo así. Pero girando la cabeza y mirando de lado a lado, nos encontramos con un recorrido de cordillera a mar por el que descubriremos uno de los secretos más lindos de la Naturaleza.
Esta muestra de terreno la vamos a tomar en el Norte Chico, comenzando desde el punto más alto del cielo y recorriendo hasta el más profundo del mar.
Arriba, las estrellas.
El norte de Chile es un lugar privilegiado de la Tierra para la observación del universo. En las noches claras, basta solo alzar la vista para apreciar los brazos de la galaxia. Esas nebulosas brillantes serán las próximas formas de vida, tal cual los residuos de astros de miles de millones de años atrás han llegado aquí a depositarse en forma de átomos elementales. Sobre el paisaje del desierto, han adoptado las formas de texturas vegetales espinosas, ángulos de roca y áridas variaciones de tonos pastel.
Abajo, las ballenas.
El polvo de estrellas baja desde la Cordillera de la Costa por los ríos Copiapó, Huasco, Elqui y Limarí; y atraviesan el valle hasta desembocar en el Pacífico.
Esta concentración de minerales, sumada a las temperaturas de la corriente de Humboldt y el particular relieve del fondo marino de este punto geográfico logra una riqueza de nutrientes como en poco lugares del mundo; generando condiciones ideales para ricas manifestaciones de fito y zooplancton. Desde ahí, la cadena trófica solo progresa; e invita a las gigantes del océano a hacer de éste su refugio de alimento durante las temporadas de verano.
En un todo conectado, el principio de la materia sigue aquel de la energía: nada aparece y desaparece, solo se transforma.
Fotografías, ilustraciones & texto: Antonia Reyes Montealegre